Desde el inicio del tiempo existió la buena y la mala gestión.

En el principio fue el reinado de las grandes gestiones, cuyas hazañas quedaron para siempre en la memoria colectiva defendiendo a los indefensos, a los sin voz, a los necesitados de siempre combatiendo todo tipo de injusticia.

Pero con el paso del tiempo un extraño cambio dio vuelta la historia.

Algunas grandes gestiones fueron mutando, vendiendo sus lealtades, engañando a quienes los habían elegido para defenderlos, traicionando a sus propias palabras, pensando en su beneficio propio, olvidándose de todo y de todos.

Ya nadie sabía a quien creerle, cual era la mala y cual era la buena gestión.

Y fue así que surgió la otra gestión…la gestión que se pregunta, la que se cuestiona, la que está en contra de nadie y a favor de todos.

ESA GESTIÓN ESTÁ CRECIENDO EN ESTE INSTANTE...

sábado, 19 de noviembre de 2011

Del barrio me fui...


Una vez hace mucho tiempo leí una frase que me encantó: “Jamás hay que volver a los lugares del pasado donde uno fue feliz”. No es textual, pero la recuerdo de ese modo y a medida que fue pasando el tiempo le fui encontrando cada vez más sentido hasta llegar a tener un lugar de privilegio en mis pensamientos más frecuentes.
Un ejemplo claro puede ser un barrio. Todos tenemos fotos en la cabeza de ese escenario de estructuras, calles y colores, pero cuando nos hemos ido y el tiempo fue pasando, ese escenario se modifica porque la vida misma se modifica y lo que ayer nos pudo parecer fascinante, hoy nos puede parecer un chantaje a la memoria fotográfica. Por eso no hay que volver, para no caer en esa idea de que el tiempo pasó (o nos pasó).
Puede ser un barrio, pero puede también que sea una persona envuelta en ese escenario al que llamamos barrio, porque justamente fue en ese lugar en donde yo sentí que fui feliz y tuve que dejarlo cuando decidí terminar mi historia con esa persona.     
Por supuesto que seguí al pie de la letra esa frase, porque siento que es una verdad, la siento como propia, como una gran enseñanza. Pero lamentablemente tuve que volver.
No pasaron años, pero yo sentí que habían pasado siglos desde la última vez que transité esas calles y todo me pareció tan igual, tan inalterable, tan especial.
Tuve que volver por cuestiones ajenas a esa persona, pero no a mí. Yo sabía que estaba de vuelta en un lugar donde no hace mucho tiempo fui muy feliz y ahora era todo tan diferente dentro de mí.
Era tener los ojos pegados contra el vidrio del colectivo tratando de registrar todo lo que pudiera, cada persona, cada movimiento, cada circunstancia para ver si todavía estaba allí, si realmente seguía estando esa persona a la cual no quería volver a ver y que ahora me moría de ganas por encontrármela.
Y todo fue tan frágil que hasta la percepción me falló y creí verla en todos lados, en todos los movimientos y en todas las circunstancias. Definitivamente fue el momento de mayor vértigo y locura pero fue lo justo y necesario para reafirmar mi compromiso y fidelidad hacia esa teoría.

Esto sucedió el primer día. Ya los siguientes días que tuve que volver lo fui tomando de otra forma menos poética y sobre todo menos dramática, pero aun así todos los días que cruzo con el 65 esas calles y bajo para ir al trabajo pienso. ¿Y si me la encuentro... Qué le digo? Le diría muchas cosas, pero todas afirmaciones, todas afirmaciones que traen una carga super emotiva. Le diría que la extraño, fundamentalmente. Le diría que sueño con ella, que pienso mucho en ella, pero sobre todo que la extraño. Y esa es una afirmación que no necesita respuesta. Es el mejor de los consuelos porque no estoy esperando que me putee con la última vez o que me diga despectivamente que se olvidó de mi o en el mejor, y más improbable de los casos, que ella también me extraña.
Sería darle identidad a esa frase de cabecera, sobre todo en la parte que dice: “donde uno fue feliz”.

“Del barrio me voy, del barrio me fui, triste melodía que oigo al partir. Voy dejando atrás todo el arrabal, en mi recuerdo…”
(Ayer de Daniel Melingo)

Juan.-
Noviembre 2011