jueves, 31 de mayo de 2012
La concepción de la soledad
La
soledad es una palabra bastante abarcativa. Soledad es un nombre (Pastorutti,
Fandiño, Villamil). Soledad es un sentimiento y además un estado subjetivo
entre tantas otras cosas.
En
el principio del mundo, Dios creó a Eva porque Adán se lo pidió para no
quedarse solo en el paraíso. Entendemos entonces que el primer hombre que habitó el planeta
ya entendía a la soledad como falencia.
Muchas
años después, los monjes de ciertas congregaciones como “Los cartujos”. Orden
contemplativa de la iglesia católica fundada por San Bruno en el año 1084, entienden
a la soledad como la búsqueda de Dios “La soledad interior o la soledad del
corazón”.
La
gran mayoría de las personas entendemos a la soledad como lo interpretó Adan: Como
una falencia, una falta, como la falta de una pareja, de amigos, familia, de
alguien que no nos haga sentir esa soledad como un mal sentimiento. Eso quizás
sucede porque culturalmente nadie nos enseñó que la soledad también es una
opción. Nadie nos enseña a estar solos porque la gran mayoría de nosotros hemos
crecido y vivido en comunidad y lo que es peor, la propia sociedad nos hace
entender que eso está mal.
Entonces
es también una decisión. Es algo voluntario ¿Pero que sucede cuando esa opción
en algún momento de nuestras vidas se vuelve difícil de llevar adelante?
Aristóteles
decía que para vivir en soledad hay que ser o un animal o un Dios.
En
cambio la soledad para el artista ha sido desde siempre muy productiva en cualquier
rama del arte.
La
soledad y el desamor han sido grandes influencias y fuentes de inspiración y
creatividad en el arte porque ¿Cuántas canciones de desamor y soledad se pueden
escribir estando enamorado y felizmente en pareja? Ninguna. Porque las grandes
canciones de corazones rotos se han escrito cuando se ha tomado a la soledad,
no como una opción, si no como un sentimiento. Un sentimiento de mierda.
Estar
solo es malo porque todos queremos ser queridos y aceptados a nuestra manera.
Todos buscamos al compañero o la compañera. Todos buscamos un grupo de pertenencia
para no sentirnos tan solos en un mundo rodeado de tantos desconocidos.
Hasta
las acciones del individuo cambian cuando son acompañadas, por ejemplo: Si uno
escribe un libro en solitario es el autor, ahora si lo escribe con otro es el
co autor. Si uno se mata se considera como suicidio y si uno se mata con la
ayuda de otro se lo considera suicido asistido y así la lista de acciones son
interminables.
La
soledad como sentimiento de falta por momentos se hace muy difícil. Y mucha
gente hace lo que sea para no experimentarlo por miedo, por no poder hacerle frente, porque enfrentarse a la soledad es convivir con uno mismo y eso a
veces también es terrible.
Las
personas muchas veces se juntan con otras más por necesidad que por propia
decisión justamente para escaparse de ellos mismos y sus fantasmas que no son
más que sus propias fantasías.
El
amor correspondido hacia la otra persona mata la soledad, aunque también mata
derechos individuales y crea dependencia. Muchas veces sana, muchas veces
enferma dependencia.
No
nos sentimos tan solos cuando entendemos a la soledad como una elección propia,
voluntaria. Aunque muchos encontremos a esta soledad de manera involuntaria.
Porque
tarde o temprano nuestras propias elecciones nos llevarán por donde nuestras
decisiones lo digan.
Mientras
tanto, habrá que seguir conviviendo… Con uno mismo
Abril
2012
jueves, 24 de mayo de 2012
Palabras para un indeciso
Fue un sábado a la noche o mejor dicho un domingo a la
madrugada cuando me decidí a escribirle. Realmente no sabía que decirle ni
como, ni que palabras usar. Solamente me impulsó el deseo o quizás la necesidad
de hacerlo.
Me quedé mirando el teclado un largo rato a ver si salía
algo. Miraba la hoja en blanco y el cursor titilando como esperando que haga
algo, por lo menos que reaccione.
No me salía nada.
Tome mi cabeza entre mis manos y mire al techo, también
blanco, esperando que venga mágicamente alguna idea hacia mí que valiera la
pena ser escrita. Pero tampoco sucedió.
Los minutos pasabas y ya no sabía que hacer. Me frotaba la
barba, me cepillaba el pelo con las manos y volvía a ver la hoja en blanco, el
teclado y el techo pero no pasaba nada. Era evidente que en ese momento no
había nada que decir.
“¿Por qué?”
Sin darme cuenta había escrito eso. Fue un instante, sin
pensarlo. No fue una boludez de momento ni una asociación, fue un impulso, una
reacción. Un gran primer paso.
Me sentía más relajado porque había superado el terror de la
hoja en blanco aunque ese ¿Por qué? estaba muy vacío. Era algo extraño, mezclado
con minimalismo. Era absurdo porque no sabía, justamente, porque carajo lo
había escrito.
En ese momento me levanté para estirar las piernas, fui a la
cocina, prendí un cigarrillo y me quedé mirando por la ventana. Al rato volví y
esa pregunta seguía estando allí, inerte en la hoja ahora casi en blanco junto al
cursor titilando esperando que me siente y le de algún motivo de cómo seguir
esta historia.
Pasando los minutos y todo seguía igual. Ya no
sabía que más le podía escribir ¿Y si justamente eso era lo único que le tenía
para decir? No parecía justo después de tantos años caerle con este muerto en forma
de pregunta. Pero aunque pareciera extraño, a medida que fue pasando el tiempo
no me disgustaba la idea de hacerlo, porque en definitiva no tenía más nada que
eso. Lo que pudiera llegar a escribir después de ese porque sería relleno,
papel picado, estupideces para justificar esa enorme pregunta.
Entonces me di cuenta que ya tenia el problema resuelto
porque había encontrado las ganas y las palabras para hacerlo aunque fueran dos
de tres letras cada una metidas entre dos signos de pregunta y un acento. Era
ideal y a la vez absurdo, pero tranquilizador.
Me quedé otro buen rato contemplando la genialidad que había
escrito. Me sentía grande, me sentía muy feliz y todo por muy poco. Me sentí
grande porque no tuve la necesidad de justificarme ni hacerme el intelectual
barato escribiendo hojas y hojas con palabras difíciles que no van a ningún
lado.
Me sentí feliz porque no tuve que justificarme. Porque hasta
el día de hoy sigo pensando igual que aquella vez y si lo tuviera que volver
hacer lo haría sin dudarlo, aunque esa decisión me llevara, como aquella vez, a
estar días y noches enteras haciéndome la misma pregunta: ¿Por qué?
Fin
Juan.-
Mayo 2012.
martes, 15 de mayo de 2012
La mala memoria
Un buen día me levanté con una extraña sensación. No fue algo
perturbador, era simplemente extraño. Recordé que había olvidado algo.
Ese día me levante con la extraña sensación de que me había
olvidado de sus ojos.
Sus ojos eran muy difíciles de olvidar y más de la noche a
la mañana porque iluminaban, porque eran inolvidables, pero por más raro que me
haya parecido, así fue.
Estuve todo el día tratando de acordármelos, mirando en los
ojos de otras personas pero aun si por más que lo intentaba más en vano era mi
esfuerzo.
No le di demasiada importancia y esa noche al volver a casa me
dormí creyendo que los volvería a recordar.
Al día siguiente la misma extraña sensación. Pero no solo me
di cuenta en aquel instante que efectivamente me había olvidado por completo de
sus ojos, si no que también me había olvidado de su boca. Por consecuencia
tampoco recordaba su voz ¡Me olvidé de su voz! Exclamé aquella mañana en mi
habitación.
Todo era confusión. Lo que ayer creí un simple olvido, ahora
me hacía asustar bastante.
Al otro día lo mismo: Me olvidé de su cara por completo.
Recién en ese momento me angustié mucho, mis manos temblaban, me agarraba la
cabeza, traspiraba, me sentía sumamente perturbado, buscaba una respuesta
urgente, una explicación ante tanto desconcierto.
A partir de allí fui a ver a médicos, psicólogos, psiquiatras,
videntes, mentalistas, pero nadie me supo explicar lo que pasaba. Llegué a
pensar que no existía nadie en este mundo que me pudiera decir lo que ocurría.
Por supuesto las noches siguientes no quería dormir, no
quería seguir olvidando, me aferraba al recuerdo más inútil y absurdo pero
siempre terminaba rindiéndome ante el sueño y a la mañana siguiente era lo
mismo. Corría hacia el baño, me mirarme al espejo y me daba cuenta que había
olvidado algo más. Ni su nombre recordaba.
El dolor ya era insoportable.
Y así pasaron los días, semanas y meses. Cada amanecer era
un recuerdo menos desde los más importantes hasta los menos urgentes, desde un
primer beso hasta la uña de un pie y así la lista olvidos continuaba.
Resignado de tanta angustia y confusión un día dejé de
sentirme mal al punto de no importarme y aun así todos los días era algo menos
que recordar.
Hasta que un buen día me levanté sin esa extraña sensación. Me
sentía nuevo, me sentía inexplicablemente bien. Lo que tanto deseaba recordar
ya ni sabía lo que era.
Esa mañana fui al baño, me cambié, desayuné, agarré las
llaves y salí de casa como todos los días. Prendí un cigarrillo y caminé unas
cuentas cuadras pensando en nada, simplemente caminando y mirando todos ojos,
todas las sonrisas, todo aquello que valga la pena guardar y recordar.
Ese buen día había aprendido a olvidar.
Fin
Juan.-
Mayo de 2012
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