
Palabras que duelen el peso de su ausencia.
Marzo 2011.
En casa.
Toda mala ilusión se reduce al recuerdo, al amargo y siempre horrible recuerdo de saber que toda mala ilusión solo sirve para recordar lo que no fue.
Solo queda la desilusión, el abismo, el miedo. Solo queda el reconocerse en el espejo, en el fin de una historia sin sueños o en el fondo de algo tan oscuro y remoto como el universo que cabe en sus ojos de mar profundo.
Todo el tiempo se reduce al olvido. Todos los veranos se reducen al comienzo del otoño y las palabras mueren en el llanto y caen en el intolerante silencio.
Todo lo vivido se convierte en espanto y todo el espanto se convierte en dolor. Y el dolor no es el fin, si no el preludio de una serie de noches sin abrigo, sin voz y sin poder dormir.
Todos los días se reducen a la ansiedad, al castigo de la espera sin poder siquiera pensar en algo más que no fuera recordar.
Toda la eternidad se reduce al fraude que produce el propio ser. Al miedo a creer, al exilio del deber. Al no poder acompañarte a sentirte sin palabras y sin fe.
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