Desde el inicio del tiempo existió la buena y la mala gestión.

En el principio fue el reinado de las grandes gestiones, cuyas hazañas quedaron para siempre en la memoria colectiva defendiendo a los indefensos, a los sin voz, a los necesitados de siempre combatiendo todo tipo de injusticia.

Pero con el paso del tiempo un extraño cambio dio vuelta la historia.

Algunas grandes gestiones fueron mutando, vendiendo sus lealtades, engañando a quienes los habían elegido para defenderlos, traicionando a sus propias palabras, pensando en su beneficio propio, olvidándose de todo y de todos.

Ya nadie sabía a quien creerle, cual era la mala y cual era la buena gestión.

Y fue así que surgió la otra gestión…la gestión que se pregunta, la que se cuestiona, la que está en contra de nadie y a favor de todos.

ESA GESTIÓN ESTÁ CRECIENDO EN ESTE INSTANTE...

martes, 8 de marzo de 2011

Ocho cuentos cortos para leer haciendo escala. Cuento 1: Nubes de enero (Última versión)




Arcoiris de Enero (Última versión)
Desde el aeropuerto internacional de Ezeiza, Ministro Pistarini. (Buenos Aires, Argentina)
Enero/Marzo 2010

¿Qué podía esperar de ese momento? ¿Qué podía pensar o decir? Nunca lo supe ni nunca podría saberlo, solo apreté stop, me quité por uno momento los auriculares y la saludé.
Los sueños mueren al despertar recordaba, o al concretarlos y volver a desear, pero nadie nunca me dijo que hacer cuando ese sueño te está mirando a los ojos, cuando se enfrenta a tu propio miedo, cuando se te corta el aire y todo a tu alrededor desaparece.
Entonces creí que realmente estaba buscando a alguien, que anhelaba ese encuentro aunque no tuviera nada que decirle, aunque no buscara a nadie.
No fue una sensación cómoda, pero tampoco creí haber concretado un sueño. Así y todo cada pregunta que le podría haber dicho llevaba conmigo varios años, como un cuestionario guardado en la máquina del tiempo.
Pero todas esas preguntas y reclamos se reducirían a un insignificante “¿Cómo estas?” porque preguntar como está era querer saber que está bien, que su vida siguió igual que la mía, que desde que me desperté el planeta siguió dando vueltas y los veranos siguieron siendo veranos, que la lluvia siguió cayendo de arriba hacia abajo y que todo el universo a nuestro alrededor siguió inalterable como el mismo tiempo, ese tiempo que sentí que se detuvo por ese momento.
¿Entonces que más le podría preguntar? ¿Qué más le podría hacer recordar? Si cualquier respuesta absurda me haría feliz pero en el fondo detonaría la bomba más morbosa que jamás podría desmantelar. Cualquier cosa que le hubiera preguntado sería estúpido y sin embargo pregunté y pregunté porque no había otra cosa que hacer, porque quería robarle tiempo a su vida, ese tiempo que siempre me reclamó.
No quería detalles, ni con quien ni como ni cuando ni porque. No quería saber la verdad.
Fue como ver una parte de mi, esa parte que hace años había perdido, pero tampoco le reclamé devolución, quería que la conservara, aunque ella no supiera que la tuviera desde aquel día en que le pregunté por primera vez “¿Cómo estas?”
¿Cómo le podría explicar cuanta falta me hizo? pero sucede que en ese momento no me hacía falta porque realmente yo no buscaba a nadie.
Jamás mencionamos la palabra pasado, ni desencuentro, ni fracaso, jamás mencionamos la palabra sueño. Pero muy en fondo quería encontrarla, quería seguir soñando, aunque no buscara a nadie, para decírselo, para recordárselo, para que lo supiera, pero lo tuve que envolver en un “Nos vemos la próxima y que sigas bien” porque podríamos volvernos a encontrar en una calle, en una esquina, en algún lugar aunque ni ella ni yo estuviéramos buscando a alguien.
Ella me mostró un arco iris en su muñeca, yo le mostré la tapa dura de un cuaderno lleno de palabras, esas que siempre me han faltado para estos momentos.
Nos saludamos, ella cruzó la calle, yo seguí caminando sin mirar atrás. Me volví a poner los auriculares, puse play, prendí un cigarrillo y me levanté el cierre de la campera bordó. Esa tarde de enero se avecinaba un fuerte viento en la ciudad de Buenos Aires…

Ocho cuentos cortos para leer haciendo escala. Cuento 2: Su nombre era Paula




Su nombre era Paula
Desde el aeropuerto internacional de Carrasco.
(Montevideo, Uruguay)
Enero 2010

Su nombre era Paula pero no sabía su apellido ni su teléfono ni donde vivía.
No sabía cual era su película favorita ni las canciones que la emocionaban, nisiquiera si desayunaba. No sabía que le hacían reír, llorar ni las cosas que le diría la gente para sentirse acomplejada.
No sabía sus creencias ni sus obligaciones ni cuando fue la última vez que estuvo en su casa. No sabía las cosas que jamás volvería hacer ni las que nunca hizo ni los lugares que soñaba conocer.
Su nombre era Paula pero nunca supe a donde vacacionaba ni a quien votaba ni quien le gustaba en la secundaria. No sabía quien era sus padres, si tuviera hermanos o que series por televisión miraba. No sabía su signo si tauro, pisis o acuario, no sabía las cosas que odiaba de sus parejas, no sabía si fumaba después de comer.
Su nombre era Paula pero no sabía sus antojos, sus caprichos, sus prejuicios ni cuando fue la peor vez que se sintió. No sabía sus medidas ni su peso ni estatura ni su color de pelo favorito. No conocía a sus amigas, si es que tuviera, ni quien quiso estar con ella por interes ni cuando fue la vez que se convirtió en mujer.
Su nombre era Paula pero no conocía sus limitaciones ni sus fobias ni que toma cuando le dolía la cabeza. No sabía a quien amaba ni a quien odiaba, no sabía las cosas que le gustaban en la cama.
No sabía su pasado ni presente ni que tuviera futuro. No conocía sus modos, sus vicios ni su filosofía. No sabía lo que ella hubiera querido que supiera.
No sabía si leía, si escribía, si pintaba o quizás nunca hizo nada. No sabía su mail ni que cosas deseaba. No sabía nada de Paula, pero sin embargo seguía allí, acostada, dormida en el lugar más oscuro de mi cama, ese lugar que nunca tuvo dueña y que sabría que seguiría vacante. Lo único que sabía de ella era que mientras yo estuviera aquí lo único que sabría de ella es que su nombre seguiría siendo Paula.

Ocho cuentos cortos para leer haciendo escala. Cuento 3: Síntomas




Síntomas
Desde el aeropuerto internacional Presidente Juscelino Kubitschek.
(Brasilia, Brasil)
Abril 2010


Aquella mañana quería despojarme de todo síntoma de (ansiedad) que me embargara. La ansiedad es aquella palabra que me niego sistemáticamente a usarla en contra mío pero no he logrado, todavía, no hacerle caso a su inminente presencia. Un instante más tarde llegó la confusión.
La ansiedad y la (confusión) fueron partidarias de algún siniestro plan para que no pudiera pensar libremente, no tener alternativas, no tener opciones, en definitiva, no poder salir de mi mismo.
Pero además había algo dentro mío llamado (impulso) que contrarrestaba también con la idea de (pensar). Este impulso también anulaba mi pensamiento crítico, entonces pensé que podía estar del lado de la ansiedad y la confusión para anularme por completo y manipularme a su antojo.
Luego apareció el (miedo). El miedo no manipula pero si paraliza y si me lograra paralizar ya no habría impulso que pudiera llevarme a contrarrestar la idea de pensar libremente. Pero resulta que el miedo también impide pensar lo que uno realmente quiere hacer y como resultado de esta experimentación se hizo mas grande la confusión, la ansiedad se multiplicó y el impulso fue aun mayor que el anterior y ya no sabía en que pensar y menos que hacer.
En ese momento preciso apareció la (angustia) y por consecuencia ya no quería pensar más y por una animidad la ansiedad, la confusión, el impulso y el miedo dieron lugar a un mínimo llanto y depusieron sus armas en conjunto con la angustia.
Aunque sus niveles de intolerancia fueron bajaron considerablemente sentí un principio de (incertidumbre) en consecuencia a un estado de confusión todavía latente.
La incertidumbre la pude comprender como algo poco extraño, familiar, inevitable, pero a la vez pasajero como a los otros síntomas menos el de poder pensar libremente.
Entonces por fin comprendí que estaba mas allá del pensamiento lineal y formal porque me encontraba en un lugar donde lo único que podía hacer era (sentir) y el sentir me hacía mas humano a mi mismo pero todavía mas valiente para poder decidir.
Por eso decidí que aquella mañana que no solamente quería despojarme de la ansiedad que me embargaba si no también de la confusión, el miedo, la angustia, la incertidumbre y el pensamiento en general para solamente quedarme con la decisión de agarrar la valentía y en conjunto con el impulso tener las ganas de salir de mi mismo y decirle a todos que por fin soy quien quiero ser.

Ocho cuentos cortos para leer haciendo escala. Cuento 4: Los techos




Los techos
Desde el aeropuerto internacional de Maiquetía Simón Bolívar.
(Caracas, Venezuela)
Febrero 2011

Otra noche más mirando al techo. Ya no me resulta tan emocionante como otras noches, nisiquiera apasionante, como que perdió su encanto, su gracia, su no se que.
Otra noche tirando en la cama, mirando al techo y buscando que me diga algo nuevo, algo que no sepa, algo en lo cual me haga pensar: “Puta, que grande que es este techo, mirá lo que me dijo o lo que me hizo pensar”.
Pero por más que lo intente me sigue diciendo lo mismo: Nada. Como si alguna vez me hubiera dicho algo, en ese caso sería “un techo fantástico” o si me escuchara sería “un techo contenedor” de contener, de contenerme, pero ni eso, es el mismo techo blanco, duro e inerte que parece mirarme todas las noches con la misma cara de nada. Con la misma cara de techo de todas las noches.
En realidad tampoco hago demasiado por entenderlo, o sea, es simplemente eso, un techo ¿Qué puedo esperar de un techo? ¿Qué no se me caiga encima? Y si se me cayera encima ¿Me diría algo con eso? No se, creo que quizás nisiquiera pensaría en eso a no ser que mi propio techo me diera muerte sobre mi propia cama.
Los techos no son como las personas. Son por leguas menos problemáticos, menos estancados, menos insoportables. Aunque al igual que las personas, ellos también hacen cosas para llamar la atención como por ejemplo cuando se agrietan o tienen humedad o se declaran en estado de derrumbe. En realidad son algunas personas, entendidos en la materia, los que los declaran en peligro de derrumbe porque claro, el techo no sabe hablar y mucho menos escuchar.
Los techos nos protegen sin pedir casi nada a cambio, a no ser que sea un techo de una casa en alquiler. Y siempre nos dicen, otras personas, que lo primero es el techo antes que cualquier otra cosa.
Las personas que no lo tienen sueñan con uno. El techo propio. En cambio otras piensan que su vida tiene un techo en vez de pensar que tienen un suelo donde poder llegar a un techo. ¿Se le llaman pesimistas o realistas?
Otra noche más mirándolo. Sobre mi cama, pensando vaya a saber que cosa. En una de esas me termina convenciendo de algo que no estoy seguro ¿Y si fuera así? ¿Y si realmente me convence de convencerme? Después no podría excusarme diciendo que el techo me aconsejó o me incitó a que lo hiciera. No tendría lógica porque como bien dije antes los techos no hablan ni escuchan. Por otro lado no hablaría bien ni de mí ni de mi inteligencia: ¿Puede un techo llamar tanto mi atención o convencerme de algo? ¿O seria lo mismo que ver las estrellas si no estuviera, este mismo techo, tapándomelas? Ni puta idea.
Hay tanto en lo que no quiero pensar y miro al techo para que después me digan, otras personas, que lo único que hago es mirar al techo. Pero muchos se sorprenderían de todas las cosas que puede decir. Porque si lo fundamental es el techo antes que el auto, los discos o el microondas es porque algo importante tiene para decir. Aunque no sepa hablar.
En realidad tampoco me puedo golpear la cabeza contra la pared ¡Y menos contra el techo!
En definitiva es solo eso: Un techo, una cama, una persona y un único problema: No poder evitar que todo se derrumbe a mi alrededor…

Ocho cuentos cortos para leer haciendo escala. Cuento 5: Bala de plata




Bala de plata
Desde el aeropuerto internacional Augusto C. Sandino.
(Managua, Nicaragua)
Febrero 2011

No me duele, pero molesta. No me ahorca, pero aprieta. Entonces ni hace falta gastar la única bala de plata que llevas, usala con otro. Solamente dejame pedir un último deseo y me iré sin quejas ni remordimientos, solo, con la conciencia tranquila y el alma en paz.
¿No es lo que esperabas? Cuento lo lamento. Si te digo que hice lo que pude no le faltaría el respeto a lo que siento pero sinceramente debo confesarte que pude haber hecho un poco más, aunque este poco más costara un poco más de mi salud mental.
¿Querés una explicación? Y yo quiero ganarme la lotería para no pensar más. Supongo que de eso se trata, de buscar de todas las formas posibles una explicación para que no duela tanto ni las despedidas suenen grises y marchitas como viejo tango de barrio.
¿No es motivo suficiente? ¿Entonces quien decide cuando es suficiente? Los jueces se encargan de impartir justicia mientras un abogado te defiende de algo indefendible para poder cobrar y llegar a fin de mes como todos, pero lo suficiente parte de la necesidad en base a la libertad individual de cada uno, en este caso, de mi necesidad.
¿Por qué? Porque si, aunque te joda, aunque tengas unas terribles ganas de rematarme amenazándome con esa puta bala de plata que llevas encima, no me importa, no me interesa, no vas a salvar al mundo porque me liquides en este momento, ni mañana ni pasado. Porque aunque me mates yo seguiré existiendo, para otras personas, para otros contextos, yo seguiré jodiendo a quien quiera, seguiré girando por ahí y quien sabe Dios que me deparará.
No soy malo por pensar como pienso, a lo sumo hago lo que puedo, que al lado de no hacer nada es demasiado. No puedo estar todo el tiempo tratando de ser lo que vos queres que sea. A parte de no poder no quiero, simple, básico, no soy caprichoso, soy sincero, quizás no sea el tipo más honesto pero soy sincero. Que por supuesto, no es poco.
Ya se, te cansaste de que te esté tratando de convencer de algo, creeme que no es fácil convencer a alguien que me apunta con una bala de plata todo el tiempo. Dame un mínimo rédito por eso. Aunque sea, cuando me des por muerto, poné en mi epitafio: “Hizo lo que pudo, pero no alcanzó” ¡Mirá que boludo que soy, con que poco me conformo! Es triste, ya lo se.
¿Mi último deseo? Que podamos ser felices, digo, no es como pedir la paz mundial pero es algo, es una buena intensión, que se yo, podría pedirte una última salida así sería menos doloroso pero más patético.
Podríamos ir a comer, tomar unos tragos, garchar, fumarnos un pucho, volver a garchar, revolver el pasado, llorar, volver a garchar, volver a fumar, que me vuelvas a preguntar lo mismo una y otra vez y yo contestarte lo mismo una y otra vez hasta que te hinches las pelotas y me mates con la bendita bala de plata así mi bello cadáver pueda abrazarte en las noches cuando estés sola y no tengas ni heladera que te consuele.
Mi cuerpo, a través del tiempo, se desintegrará, dejará mal olor y seguramente te retractes y pienses que al final no fui tan mala persona como resulté ser. Pero quedate tranquila, no pienso resucitar, seré un número más en la morgue, en un nicho o una canción más de Massacre o los Misfits.
¿Bonito final? Tengo algunos peores para contarte.
Pero bueno, hace lo que tengas que hacer, yo me la banco. Y no es de macho, es de estar hasta las pelotas con vos, como si alguna vez no lo hubiera estado.
Dale, hace lo que tengas que hacer. Total siempre estarás en mi corazón…

Ocho cuentos cortos para leer haciendo escala. Cuento 6: Respuesta



Respuesta
Desde el aeropuerto internacional de la Ciudad de México Benito Juárez.
(Ciudad de México, México)
Febrero 2011

Quiero que sepas algo:
Quiero que sepas que lo estuve pensando tanto que hasta las propias palabras recurrentes que siempre uso perdieron todo su sentido.
Lo pensé, lo medité, lo analicé, lo consulté, lo di vuelta, lo mezclé y así y todo la respuesta en un principio me fue bastante esquiva, pera luego resultarme totalmente estupida.
Tampoco quiero que pienses que le dediqué mucho tiempo, no, en realidad pensé que pensarlo me dudaría lo que me dura un cigarrillo o una entrada de pan con manteca y sal en un bodegón de mala muerte. Pero lamentablemente, para mí, me llevó más tiempo.
No se si te va a gustar, pero te juro que no es poca respuesta para lo que representas ni fue demasiado reto para mi pobre inteligencia. Fue simplemente algo que se me ocurrió en el momento justo y que no puedo contenerme de imaginar que pensarías cuando te dijera lo que tengo para decirte.
No quiero que pienses que soy algo extraño de comprender ni difícil de asimilar. Soy simplemente una persona común, sumamente compleja, lleno de incertidumbres, con expectativas, sin futuro pero con un montón de aventuras que me quedan por vivir.
En definitiva no soy ni caballo regalado ni malo conocido.
Pero sabes muy bien que te quiero y por eso, lamentablemente, te haré llorar…

Ocho cuentos cortos para leer haciendo escala. Cuento 7: Tangente



Tangente
Desde el aeropuerto internacional Washington – Dulles.
(Washington D.C, Estados Unidos)
Febrero 2011

Si el equilibrio el mundo dependiera de las ganas, el entusiasmo, el afecto. De sentirse diferente, de ganar una batalla jamás librada. De escuchar los ruidos del alma en la noche más oscura y pensar con cierta frialdad y desesperanza que el sol sale para todos aunque a todos nos cueste reconocerlo.
Si te sentís que estas a una pulgada de caer, si se siente que lo inevitable es cosa de todos los días, el esfuerzo, la lluvia que se convierte en tormenta, el placer que se volvió exceso. El barco a la deriva. Cerrá tus ojos y averiguá cuando es el momento en el que tenes que actuar.
Si pudiéramos dar marcha atrás y ver en que momento la delgada línea, o recta tangente, tocó el único punto en común con la curva, la que creó un universo paralelo en donde los dos somos más que dos extraños. Si pudiéramos aunque sea imaginarlo, aunque sea echarle la culpa a ese momento exacto, en aquel lugar determinado en donde las cosas no empezaron a funcionar y que a partir de allí todo fue cayendo, lento y dolorosamente, muy lento y dolorosamente.
Si te sentís en el funeral de los recuerdos, si realmente nos sentimos tan cansados el uno al otro no hay que mortificarnos, no hay que culparnos. Quizás las cosas pudieron haber ido peor, quizás nunca nos hubiéramos conocido y no dolería tanto este presente, absurdo, abstracto, surrealista. Quizás pasaríamos sin pena ni gloria, quizás a partir de ahora sea solo un punto más en la recta donde la tangente de tu alma no pueda cruzarse con la mía.

Ocho cuentos cortos para leer haciendo escala. Cuento 8: Felicidad




Felicidad
Desde el aeropuerto internacional de Ottawa/Mcdonald- Cartier.
(Ottawa, Canadá)
Febrero 2011

La felicidad es un estado. Es la respuesta final, el comienzo del camino, el fin del ciclo de una acumulación de pensamientos en la noche sin poder dormir, sin sentirse bien, sin encontrarle el sentido. Es un instante, quizás dos, o cien al día donde sucede lo que no sucede muy a menudo. Es sobre todas las cosas una razón.
La felicidad es el abrazo, el beso, la ingenuidad, la esperanza, Es algo raro, esquivo, ¿Peligroso? Es la recompensa, los 10 centavos que faltan para el bondi, el chocolate a punto de ser abiertos. Es magia. Es el último cigarrillo del paquete escondido en la vieja campera al fondo del placard.
La felicidad es instintiva, es única como cualquier felicidad, es la falla del universo, el rincón más deseado, los dedos en el enchufe, el disco envuelto en papel para regalo.
Es lo que cuesta reconocer, lo que cuesta decir y lo que más cuesta sentir.
Los caminos a Roma, el viaje a los recuerdos, el darse cuenta al dejarse llevar, a no dejarse estar, a buscar, a encontrar, es la partida. Es el comenzar y el terminar, es el primer beso, el segundo, el tercero, el cuarto y el quinto. Quizás el sexto.
Es lo esperable, lo inesperable, el acostarse y el despertarse. Es el gol de media cancha. Es mirarse y decirse, contradecirse.
Es lo que todos entendemos por felicidad.