Desde el inicio del tiempo existió la buena y la mala gestión.

En el principio fue el reinado de las grandes gestiones, cuyas hazañas quedaron para siempre en la memoria colectiva defendiendo a los indefensos, a los sin voz, a los necesitados de siempre combatiendo todo tipo de injusticia.

Pero con el paso del tiempo un extraño cambio dio vuelta la historia.

Algunas grandes gestiones fueron mutando, vendiendo sus lealtades, engañando a quienes los habían elegido para defenderlos, traicionando a sus propias palabras, pensando en su beneficio propio, olvidándose de todo y de todos.

Ya nadie sabía a quien creerle, cual era la mala y cual era la buena gestión.

Y fue así que surgió la otra gestión…la gestión que se pregunta, la que se cuestiona, la que está en contra de nadie y a favor de todos.

ESA GESTIÓN ESTÁ CRECIENDO EN ESTE INSTANTE...

miércoles, 20 de abril de 2011

Cuando el amor te suelta la mano (caes al piso, te golpeas la cabeza y morís por perdida de masa encefálica y contusiones varias)



Existen ciertos momentos en el que el amor se vuelve confuso. Esa misma confusión nos hace replantearnos si aquello que sentimos alguna vez y que creíamos que podría ser para siempre resulta ser falso, algo así como la estafa de la ilusión.
El amor en cierta medida, además de ser un sentimiento, es una construcción hablando estrictamente del amor mutuo entre dos personas.
Hay ciertas normas que se implementan (o no) tácitamente sobre la conducta a seguir de cada uno dentro de esa pareja. Estas normas se basan en las propias construcciones culturales que cada uno carga con su historia. Por ejemplo ¿Qué es la fidelidad?
Exponer al amor a un tratado firmado simbólicamente con la promesa de ambos de que a partir de ese momento se transforman en novios y por ende algunas de sus libertades individuales desaparecen es ridículo. Léase también como tener la exclusividad de esa persona para uno mismo y viceversa, que también es ridículo.
Tampoco hay que ser dramático. Cuando uno logra encontrar a la persona indicada no le importa perder ciertos privilegios. Quizás antes nisiquiera los aprovechaba y le termina importando un carajo ya que lo más importante (en este momento) es estar sentimentalmente relacionado con la otra persona. Siempre y cuando esos privilegios o libertades perdidas no nos condicionen o nos perjudiquen en un futuro.
El amor es confuso porque es peligroso, y es peligroso porque se pone en juego (y se expone) muchísimas cosas de uno. Se resume a que cualquiera abre su corazón y no existe (o si) el mínimo temor a volver a ser lastimado, por eso es peligroso, porque no se sabe lo que puede pasar. El amor es totalmente inestable, nadie está exento de que lo lastimen, lo traicionen, le sean infiel, lo ignoren o simplemente lo terminen odiando. Nadie.
Y sin embargo no podemos andar por la vida pensando en estos improbables. No lo debemos hacer porque nos debe atraer ese peligro, esa inestabilidad, ese riesgo. El amor nos debe perforar bien hondo y lo demás no lo sabremos hasta que lo vivamos. Y es una realidad: NADIE muere por amor. Nadie
Podemos actuar de tantas maneras, ante una misma situación, como personas existen. Si un día el amor muere podemos llorar en conmemoración a aquella ilusión que construimos y que un mal día se terminó.
Podemos odiar a la otra persona que antes amábamos y creer que aquello en lo que creímos fue toda una mentira, que nos estafaron, que nos quedamos sin nada por culpa del otro.
Podemos mentirnos y creernos que el otro tuvo la culpa de todo cuando no toleramos asumir nuestros propios errores y así es mucho más fácil pasar por alto toda la reconstrucción del ser. Todas las preguntas, todas las angustias y todos los porque.
Podemos simplemente asumirlo y seguir adelante pagando el costo que queramos pagar.
O podemos negar todo y seguir adelante, sin amor, sin odio y sin dolor, como si volver a empezar fuera exclusivamente volver a empezar.
Lo que no podemos hacer es tenerle miedo al después, al vacío, al volver a empezar. No debemos tenerle miedo a perder aquello que nos costó tanto conseguir. Porque si uno tiene miedo a perder al otro aun sabiendo que tiene millones de razones para tener que hacerlo y no lo hace, a eso se le llama sometimiento, y el sometimiento es la principal causa de suicidio ideológico en el mundo y luego la condena mayor: La muerte del ser.
El amor no se trata de papeles, ni de arreglos tácitos ni de convenios en conjunto. No se puede banalizar llenándolo de caracteres. Tampoco se lo puede poner en un lugar de fantasía con promesas sacadas de película de Hollywood ni algo que sea para siempre, porque ni Highlander fue eterno ni uno mismo es inquebrantable.
Nisiquiera lo creen las grandes instituciones que predican y unifican al amor. Ni el cura, ni el monaguillo ni la señora que pide monedas en la puerta de la iglesia para darle de comer a sus hijos. Pero nosotros jugamos a que eso puede suceder, nos podemos convencer de que el amor puede ser para toda la vida y ahí nuevamente aparece el peligro. El peligro de jugarlo todo y perderlo todo.
No es hipocresía pensar que una pareja puede amarse para toda la vida hasta que la muerte los separe, pero puede que la muerte los separe rápido o que sea una mera y simple ilusión.
Entonces el amor no deja de ser, además de lo mejor que nos puede pasar, un juego de poder, la construcción de un espacio de amor y respeto mutuo. Un intento por lograr un equilibrio que nos deje estar bien con el otro y con nosotros mismos.
La posibilidad de encontrarle una razón a la existencia, de conseguir ser feliz en ese espacio, de encontrar contención, de llenar vacíos, de creernos libres y de jugar a la inmortalidad del ser.
De ahí en adelante todo el resto depende de cada uno.

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