jueves, 24 de mayo de 2012
Palabras para un indeciso
Fue un sábado a la noche o mejor dicho un domingo a la
madrugada cuando me decidí a escribirle. Realmente no sabía que decirle ni
como, ni que palabras usar. Solamente me impulsó el deseo o quizás la necesidad
de hacerlo.
Me quedé mirando el teclado un largo rato a ver si salía
algo. Miraba la hoja en blanco y el cursor titilando como esperando que haga
algo, por lo menos que reaccione.
No me salía nada.
Tome mi cabeza entre mis manos y mire al techo, también
blanco, esperando que venga mágicamente alguna idea hacia mí que valiera la
pena ser escrita. Pero tampoco sucedió.
Los minutos pasabas y ya no sabía que hacer. Me frotaba la
barba, me cepillaba el pelo con las manos y volvía a ver la hoja en blanco, el
teclado y el techo pero no pasaba nada. Era evidente que en ese momento no
había nada que decir.
“¿Por qué?”
Sin darme cuenta había escrito eso. Fue un instante, sin
pensarlo. No fue una boludez de momento ni una asociación, fue un impulso, una
reacción. Un gran primer paso.
Me sentía más relajado porque había superado el terror de la
hoja en blanco aunque ese ¿Por qué? estaba muy vacío. Era algo extraño, mezclado
con minimalismo. Era absurdo porque no sabía, justamente, porque carajo lo
había escrito.
En ese momento me levanté para estirar las piernas, fui a la
cocina, prendí un cigarrillo y me quedé mirando por la ventana. Al rato volví y
esa pregunta seguía estando allí, inerte en la hoja ahora casi en blanco junto al
cursor titilando esperando que me siente y le de algún motivo de cómo seguir
esta historia.
Pasando los minutos y todo seguía igual. Ya no
sabía que más le podía escribir ¿Y si justamente eso era lo único que le tenía
para decir? No parecía justo después de tantos años caerle con este muerto en forma
de pregunta. Pero aunque pareciera extraño, a medida que fue pasando el tiempo
no me disgustaba la idea de hacerlo, porque en definitiva no tenía más nada que
eso. Lo que pudiera llegar a escribir después de ese porque sería relleno,
papel picado, estupideces para justificar esa enorme pregunta.
Entonces me di cuenta que ya tenia el problema resuelto
porque había encontrado las ganas y las palabras para hacerlo aunque fueran dos
de tres letras cada una metidas entre dos signos de pregunta y un acento. Era
ideal y a la vez absurdo, pero tranquilizador.
Me quedé otro buen rato contemplando la genialidad que había
escrito. Me sentía grande, me sentía muy feliz y todo por muy poco. Me sentí
grande porque no tuve la necesidad de justificarme ni hacerme el intelectual
barato escribiendo hojas y hojas con palabras difíciles que no van a ningún
lado.
Me sentí feliz porque no tuve que justificarme. Porque hasta
el día de hoy sigo pensando igual que aquella vez y si lo tuviera que volver
hacer lo haría sin dudarlo, aunque esa decisión me llevara, como aquella vez, a
estar días y noches enteras haciéndome la misma pregunta: ¿Por qué?
Fin
Juan.-
Mayo 2012.
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