lunes, 30 de diciembre de 2013
Las tetas más bonitas del mundo (No todo lo esencial es invisible a los ojos)
Por Juan Varela
Varelópolis + Zuviría
Noviembre - Diciembre 2013
Correctores: Leandro Tirel y
Santiago Varela
En este momento podría ponerme a pensar que cosas me
enamoraron de ella. Podría ponerme meloso y describir de una manera poética su
elegante andar, su cautivante boca, siempre roja e incondicional, o sus ojos de
mar profundo cuando me miran, pero no. Yo prefiero afirmar que lo más me
enamoró fueron y serán sus dos hermosos y grandes encantos: las tetas más
bonitas del mundo.
Según su propio relato, ellas llegaron de una manera
inesperada. Un regalo adelantado de navidad, después de tres días en cama por
una angina, una mañana cualquiera de primavera se levantó y allí estaban. Gigantes,
exorbitantes, llenas de vida, dispuestas a llevarse el mundo por delante y sin
pedir permiso. Como si la propia naturaleza le hubiese encomendado una misión
trascendental: Llevar con altura y elegancia aquel par de tetas.
Desde entonces nada volvió a ser igual. Los chicos la
empezaron a ver diferente, sus amigas le empezaron a tener envidia y los
negocios de lencería la empezaron a rebotar con la excusa de no tener el talle
adecuado de corpiño.
Aquel sueño, de la chica modesta con grandes pechos, se
había transformado en la pesadilla de la chica retraída y avergonzada de lo que
la propia naturaleza le había otorgado. Aquellos pechos eran un caldo de
cultivo que amenazaba con destruir su pequeño mundo de fantasía y eso sin dudas
era una lástima.
Era una lástima porque en aquel entonces, ella no sabía que
millones de chicas querían tener lo que ella odiaba y pretendía esconder. No
sabía que miles de chicas de todas las edades se someten año a año a cirugías
para tener más busto y aun así, aunque pudieran llegar a tener el tamaño
deseado no era lo mismo. No eran turgentes, eran rocas. No eran naturales, eran
artificiales. No eran pechos tiernos y llenos de vida. Eran siliconas feas y
encapsuladas. Si, era una verdadera lástima.
Podría decir que amaba cuando la veía recogerse el pelo, porque
con los brazos arriba tenía la mejor vista para el mejor espectáculo de ballet
que el hombre haya conocido. Aquellas ubres se balanceaban con un baile sensual
e hipnótico. Yo estaba ahí y era tal mi fascinación, mi felicidad por observar
cada detalle, cada movimiento, que hasta creía que me saludaban, que me decían
a su manera: “Sacanos de acá…Queremos ser libres”. Y como las entendía ¿Pero acaso su cruel reina las tenía
sometidas a las dos como esclavas de su propia infelicidad? ¿Por ver el árbol y
no ver el bosque? Quizás por no permitirse ser libre y dejarlas libres.
Nadie, ni el Arjona más inspirado, ni el peor de los Sabinas;
podrían describir en mil canciones el verdadero valor de aquellas tetas, las más
bonitas del mundo. Ni siquiera yo me he osado a poner en palabras lo que ellas
me regalaban. Sin pedirme nada a cambio, solamente mi lealtad incondicional.
Hasta que un buen día y luego de mucho esfuerzo y correcta
dedicación pude conquistar a la dueña de semejantes atributos. Ella se quedó
con mi corazón y yo con su mejor seducción. No me arrepiento si les digo que
fue el mejor trato que pude haber hecho en toda mi vida.
Fue así como nos conocimos, como nos entendimos y como nos
enamoramos desde un primer momento, hasta que la noche más brillante de todas,
por fin, las pude conocer en su mayor esplendor, en vivo y en directo y en alta
definición.
No les miento si les digo que fue como estar en el cielo, no
les miento si les digo que fue el mejor regalo a mi esfuerzo más sincero. No
les digo lo que fue, porque no encontraría palabras perfectas para definir lo
perfecto.
Desde entonces nunca me alejé, nunca me desligué de ellas ni
de su dueña. Jamás volví a ver otras. Así mi amor por ella empezó a crecer y
ella a sentirse más liberada y amigada con sus pechos. Ya no era la chica
retraída que conocí, era sin dudas otra persona.
Con el tiempo las empezó a escotar más en público y ellas
empezaron a sentirse más cómodas y liberadas. Aunque varios transeúntes osaban
con ponerle sus indiscretas miradas encima y decirle las palabras más horribles
en forma de piropos, pero hasta Dios sabía que ellas me querían a mí, por
constancia, por esfuerzo, por dedicación… por amor. Entonces mi sonrisa era
cada vez más y más amplia. Sabía que todos querían tener, lo que yo tenía.
En este momento podría ponerme nostálgico y recordar, como
ese tango en el que todo tiempo pasado fue mejor. Seguro. O bien podría
afirmar, sin titubear que aquellos dos sueños eran míos y de nadie más ¿De
nadie más?
Y aquí estoy, mirando con ojos llorosos como mi chica le
entrega con placer y mucho amor sus grandes pechos a otro. Nunca creí que
llegaría este día, pero hoy la vida me enseñó, como dice la canción, que nada
es para siempre y ese nada y ese para siempre se inmortalizó en una pequeña
criatura que a partir de ahora llamaré: hijo.
Ahora aquellas tetas son el alimento y el deseo de alguien
más. Y bien ganado se lo tiene. Él no lo sabe ahora, pero seguramente crecerá
sano y fuerte y nunca le faltará de donde poder agarrarse.
Hoy su madre le regaló a nuestro hijo lo que más amaba de
ella y nunca estuve más de acuerdo en toda mi vida. Lo decían sus ojos brillos
como los míos y sus hermosos pechos lo afirmaban.
Quizás algún día, cuando sea más grande, le cuente la más
maravillosa historia de las tetas más bonitas del mundo.
Fin.
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